viernes, 22 de febrero de 2008

El Retrato de Dorian Gray (Oscar Wilde)



[…] desde el momento en que le conocí, su personalidad tuvo sobre mí la influencia más extraordinaria. Quedé dominado en alma, cerebro y potencia por usted. Se convirtió usted para mí en la visible encarnación de ese ideal invisible, cuyo recuerdo nos persigue a nosotros los artistas como un sueño exquisito. Sentí devoción hacia usted. Tuve celos de todos aquellos con quienes hablaba. Quise tenerlo todo para mí. Era feliz únicamente cuando estaba con usted. Cuando estaba lejos de mí, seguía usted encontrándose presente en mi arte… Nunca, naturalmente, le dejé saber nada de esto. Hubiera sido imposible. No lo hubiera usted comprendido. Apenas lo comprendo yo. Supe solamente que había visto la perfección cara a cara, y el mundo se volvió maravilloso a mis ojos (demasiado maravilloso quizás), porque hay un peligro en tales locas adoraciones, el peligro de perderlas […]






[…] Se desplomó en el suelo como una cosa herida, y Dorian Gray la contempló con sus bellos ojos, plegando sus labios por un exquisito desdén. Siempre hay algo ridículo en las emociones de las personas que ha dejado uno de amar. Sibila Vane le parecía absurdamente melodramática. Sus lágrimas y sus sollozos le aburrían.- Me voy – dijo, al fin, con voz tranquila y clara -. No quiero ser cruel, pero no puedo volver a verte. Me has desilusionado.[…]

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